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DOMINGO IV -C-

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún. Y añadió: Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra.

DOMINGO IV -C-

1ª Lectura: Jeremías 1,4-5. 17-19.
 
    En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: Antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré: Te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos.
    Mira: yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: Frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y a la gente del campo; lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte, -oráculo del Señor-.
 
*** *** ***
 
       El texto reseñado forma parte del relato de la vocación del profeta. Una llamada que le transformó. Es un relato retrospectivo, donde Jeremías hace una síntesis y un balance de su vida; una vida tejida de repulsas, soledad y persecuciones, pero también transida por la experiencia fortificante y consoladora de la presencia del Señor. Ser profeta no es un hobby; es un servicio conflictivo. Y el profeta ha de saberlo y ha de asumirlo. También ocurrió así con Jesús. 
 
2ª Lectura: 1 Corintios 12,31-13,13.
 
    Hermanos:
    Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar uno mejor. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de la predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme quemar vivo; si no tengo amor de nada me sirve. 
    El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de predicar?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Porque inmaduro es nuestro saber e inmaduro nuestro predicar; pero cuando venga la madurez, lo inmaduro se acabará.
    Cuando yo era un niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo de adivinar; entonces veremos cara a cara. Mi conocer por ahora es inmaduro, entonces podré conocer a Dios como me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.
 
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    Tras el enunciado de los carismas con que el Espíritu adorna a la Iglesia, Pablo realiza un discernimiento de los mismos. Y sitúa en la cima de esos dones del Espíritu al amor de Dios “que ha sido derramado en nuestro corazones con el Espíritu Santo que nos ha dado” (Rom 5,5). Porque Pablo no habla de cualquier amor, sino que ofrece sus signos de identidad. Porque el amor no es un “sentimiento” estéril, sino un compromiso vital. En la Iglesia hay muchas cosas importantes, pero si no están permeabilizadas por el amor y no lo hacen visible son realidades vacías, y “se acabarán”. Solo el amor es perdurable, “no pasa nunca”. El amor es el lenguaje del cristiano.
 
 
Evangelio: Lucas 4,21-30.
 
    En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: ¿No es este el hijo de José?
    Y Jesús les dijo: Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún. Y añadió: Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo el cielo cerrado tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.
     Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
 
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    El texto evangélico presentado es la segunda tabla del díptico de la escena de Jesús en la sinagoga de Nazaret. En él se da un tránsito de la sorpresa y la admiración al rechazo y la repulsa. Esperaban un showman y se encuentran con un profeta, que no es más que “el hijo de José”. Y no estaban preparados para eso. Jesús desvela las pretensiones excluyentes del judaísmo, y revela a un Dios sin fronteras, más aún, con inclinación preferencial por “los de fuera”. Un Dios inclusivo. 
 
REFLEXIÓN PASTORAL
 
    Una página impresionante. Comienza con una muestra de simpatía -"todos expresaban su aprobación"-, pero acaba con una gran decepción -"se pusieron furiosos..., y Jesús se alejaba"-. ¡Rechazar a Jesús! Rechazar al que era el abrazo de Dios para acoger a todos; rechazar la mano de Dios tendida a todo hombre caído; rechazar la voz de los sin voz…
En la larga historia de los pronunciamientos históricos de Dios, llegó un momento -"la plenitud de los tiempos" (Gál 4,4)- en que Dios dejó de pronunciar palabras para pronunciarse él mismo. En que dejó de enviar profetas para venir Él, en persona. Y Jesús es ese autopronunciamiento de Dios: "Hoy se cumple esta Escritura" (Lc 4,21); "Hoy nos ha hablado en su Hijo"(Heb 1,1).  Esa presencia salvadora.
Jesús es la revelación, la presencia exhaustiva de Dios. Pero eso no es una evidencia que se imponga sin más. Esa revelación, esa presencia, será una bandera discutida "para que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones"(Lc 2,35). Esa revelación y esa presencia serán una provocación para no pocos.
¿Por qué la gente de Nazaret pasa de la admiración al rechazo? Porque Jesús no hace concesiones a su visión nacionalista y patrimonialista de la salvación. Dios no es el Dios de un clan, de un pueblo, sino el Dios del hombre, de todo hombre, también del leproso sirio y de la viuda de Sarepta. El Dios que opta por el marginado, por el menor… 
Y esa apertura y esa opción les molestaban. Se consideraban atacados en su privilegio religioso; no podían creer a ese hombre que anuncia un Dios así. Porque un Dios así, abierto, misericordioso, no excluyente, les obligaba a ellos, les urgía a cambiar sus sentimientos, sus actitudes, sus comportamientos, les complicaba la vida. Porque Dios es normativo…
     Y eso les escandalizaba. Si no sonara a irreverencia podría decirse que la persona y la vida de Jesús, desde el nacimiento a la muerte, estuvieron envueltas en el “escándalo”. Sus orígenes, su nacimiento, su vida en Nazaret resultan “desconcertantes”. También su vida pública y su final en la cruz. Fue tildado de loco (Mc 3,21), endemoniado (Mc 3,22), blasfemo (Mc 2,6-7)… Y Jesús lo previó y lo asumió (Mc 6,4; 14,27). Pablo, más adelante, lo presentará como “escándalo” para los judíos y “necedad” para los gentiles (1 Cor 1,23; cf. 1 Pe 2,7-8).
Y ¿en qué consistía ese escándalo? En el Dios que encarnaba y anunciaba. ¡Dios no podía ser así!, pensaban y decían sus contemporáneos. Y, sin embargo, Jesús decía: ¡Dios es así!  En realidad el escándalo era Dios. Jesús no se desdijo, solo añadió: “Dichoso el que no se escandalice de mí” (Mt 11,6).
A lo largo de los siglos, a Jesús se le rechazará por razones distintas, pero en el fondo estará la misma dificultad -"¿No es este el hijo de José?". ¡No es más que el hijo de José! 
Hemos de estar atentos, porque quizá seamos de los que aceptan de buena gana a Jesús, mientras eso no nos complique la existencia. Pero cuando un acontecimiento nos sitúa ante una exigencia evangélica que nos parece inadmisible, y la del amor es la más radical, -"el amor cree sin límites, perdona sin límites, aguanta sin límites"(2ª lectura)- en seguida aparece un "¡No puede Dios pedirme eso!". Y empujamos a Jesús fuera de nuestra vida.
Hay que estar muy atentos ante la tentación de escoger en el Evangelio entre lo que nos va y lo que no nos va...; procediendo así corremos el peligro de ir arrinconando a Jesús, hasta acabar por echarle fuera de nuestro espacio personal y vital.
El final de esta página evangélica es tremendo: "Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba". ¡Es tremendo rechazar a Jesús; pero no es imposible! Hay muchas formas de hacerlo.
 
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo es mi amor?
.- ¿Me “escandaliza” Jesús o me deja indiferente?
.- ¿Siento en mi vida, como Jeremías, la fuerza de Dios?
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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