Primera lectura: Flp 2,6-11
El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios.
Salmo: Sal 8,4-5. 6-7. 8-9
R/. ¡Que admirable, Señor, ¡es tu poder!
Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos,
la luna y las estrellas, que has creado, me pregunto:
¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes;
ese pobre ser humano, para que de él te preocupes? R/.
Sin embargo, lo hiciste un poquito inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
y todo lo sometiste bajo sus pies. R/.
Pusiste a su servicio los rebaños y las manadas,
todos los animales salvajes,
las aves del cielo y los peces del mar,
que recorren los caminos de las aguas. R/.
Evangelio: Lc 2,21-24
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”.
Palabra del Señor.
Reflexión:
Celebra hoy la liturgia franciscana, con particular relieve, la fiesta del Smo. Nombre de Jesús. El “nombre sobre todo nombre” (Flp 2,9-11); el único que, bajo el cielo, se nos ha dado como garantía salvadora, “porque no se nos ha dado otro nombre por el que podamos ser salvados” (Hch 4,12; cf Mt 1,21); el del anunciado por Juan, como el Cordero de Dios (Jn 1,29), como el Ungido por el Espíritu y el Hijo de Dios, que bautizará en el Espíritu (Jn 1 32-34). Creer esto supone configurar la existencia con la fe, con ese Nombre que nos constituye en hijos -“pues lo somos” (1Jn 3,1)-, incorporados a él, aún en medio de la debilidades de la vida (cf 1Jn 1, 8-9).