Primera lectura:  1 Corintios 12, 31—13, 13
                    Quedan la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.
 
                 
                
                
                    Salmo: 32,2-5.12.22
                    R/. Dichoso el pueblo que el Señor escogió como heredad suya.
 
                 
                
                
                    Evangelio:  Lucas 7, 31-35
                    En aquel tiempo, dijo el Señor:
—¿Con qué compararé a esta gente de hoy? ¿A quién es comparable?
Puede compararse a esos niños que se sientan en la plaza y se interpelan unos a otros: «¡Hemos tocado la flauta para ustedes, y no han bailado; les hemos cantado tonadas tristes, y no han llorado!».
Porque vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y ustedes dijeron de él: «Tiene un demonio dentro». Pero después ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tienen a un glotón y borracho, amigo de andar con recaudadores de impuestos y con gente de mala reputación».
Pero la sabiduría se acredita en los que verdaderamente la poseen.
 
                 
                
                
                    Reflexión: 
                    Los procesos de autoinmunización son frecuentes en la vida. Ya le ocurrió a Jesús, que denuncia y se lamenta de la cerrazón de sus contemporáneos, impermeabilizados para recibir la voz del Señor en la propuesta ascética de Juan -“tiene un demonio”- y en la novedad gozosa y festiva del Evangelio que él encarnaba y anunciaba -“comilón, borracho y amigo de publicanos y pecadores”-. Tantas veces buscamos excusas para no movernos, anclados en la cómoda rutina, muchas veces sacralizada, y perdemos la oportunidad de renovarnos y de renovar la vida con la propuesta del Evangelio. En el fondo, no hay peor sordo que el que no quiere oír. Necesitamos la sabiduría de Dios para discernir sus presencias y reconocer su voz. ¿A quién comparará Jesús a los hombres de nuestra generación?