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DOMINGO XVIII -A-

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap

Mandó a la gente que se recostaran en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.

DOMINGO XVIII -A-

1ª Lectura: Isaías 55,1-3
 
    Esto dice el Señor: Oíd, sedientos todos, acudid por agua también los que no tenéis dinero: Venid, comprad trigo; comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.
 
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    Dios no se cansa de invitar a su mesa, a su festín. Su oferta no discrimina, no depende de la capacidad adquisitiva, solo requiere tener hambre y sed. Por eso se dirige a los pobres, porque los demás pueden ya estar “saciados” de productos efímeros. Solo él ofrece productos de calidad: el pan y el vino de la alianza perpetua, reiteradamente prometida, y realizada definitivamente en Cristo. La “inversión”  cristiana es una inversión inteligente. No hemos de invertir en productos sin calidad, efímeros e ineficaces.
 
2ª Lectura: Romanos 8,35. 37-39
 
    Hermanos:
    ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
 
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    Pablo se siente consolidado en el amor de Cristo y en el amor a Cristo. Las preguntas que formula a los cristianos de entonces tienen validez para los cristianos de hoy. ¿Vivimos en esa “seguridad”? ¿Vivimos radicados en Cristo?
 
 
Evangelio: Mateo 14, 13-21
 
    En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se comprende comer. Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer. Ellos le replicaron: Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les dijo: Traédmelos. Mandó a la gente que se recostaran en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. 
 
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   No encontramos ante el primer milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Jesús no era insensible: vibraba y se comprometía ante el dolor de los hombres. Por eso le seguía la gente. En ese marco se sitúa el milagro. Jesús no “multiplicó” los panes y los peces, simplemente los “bendijo”. El milagro se produjo al repartirlos.
 
REFLEXIÓN PASTORAL
 
    Tiempo de verano: tiempo de invitaciones… Dios nos hace la suya: “Oíd…, venid…, escuchadme (Is 55,1-3). Se trata de una oferta de calidad: “¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura?”(Is 55,2). Dios no defrauda. Fue la experiencia de Pablo: descubrió el amor de Cristo y a Cristo como a su amor…, y ya nada pudo apartarlo de él (Rom 8,38-39). ¿Qué puede apartarnos a nosotros del amor a Cristo?
 
     Dios manifiesta su invitación permanentemente en Cristo, quien se revela sensible a los problemas del hombre -“viéndolos, sintió lástima” (Mt 14,14)- y sensibilizador hacia los problemas del hombre -“dadles vosotros de comer” (Mt 14,16). 
 
La escena evangélica contemplada este domingo va de la oración a la compasión. Tras contemplar el rostro del Padre, Jesús siente compasión por los hombres. Solo Dios despeja la mente y limpia la mirada para contemplar y actuar compasivamente en la vida. Nos falta compasión porque nos falta contemplación.
      Las multitudes siguen a Jesús. En su caminar ilusionado se han alejado de los centros de población. Pasar la noche al raso, es una temeridad. “Despide a la gente…” (Mt 14,15). Pero, mandarles así es una desconsideración. “No tienen que irse, dadles vosotros de comer” (Mt 14,16). 
 
Dos actitudes diametralmente opuestas. Los discípulos intentan evadirse de la responsabilidad y del problema -¡que se vayan!-; Jesús, no en vano es el Maestro, quiere responsabilizarlos, hacerles comprender que los problemas no se solucionan dándoles la espalda. 
 
      Y es entonces cuando aflora en los discípulos la conciencia de su pobreza: “Si no tenemos más que cinco panes y dos peces” (Mt 14, 17). Creían que era poco, y era lo suficiente, porque era todo. El Señor asumió esa profesión de pobreza y multiplicó con su bendición las reducidas provisiones… “Sobraron doce cestos llenos, habiendo comido cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños” (Mt 14,20-21). La solución no es “comprar” (algunos nunca podrán hacerlo) sino “compartir”; compartirse.
 
     También nosotros percibimos la problemática de una situación que parece rebasarnos y a la que quisiéramos dar la espalda. Miramos para nosotros y vemos que no disponemos de recursos para responder a tan complicada situación. Y entonces aparece la tentación del abandono, de la inhibición o la de  la evasión espiritualista -rezar-; y no basta con rezar para que se solucionen las cosas. “Dadle vosotros de comer”. 
 
     Dios no va  mandarnos salvadores -¡tenemos a Jesucristo!- ni va a revelarnos soluciones extraordinarias -¡tenemos el Evangelio!-. Él bendecirá lo que somos y tenemos, pero para eso hay que ofrecerlo, hay que ofrecerse. El “hambre” de los demás (ni la propia) puede satisfacerse con excedentes, con el pan ajeno o con el que sobra, sino con el propio y necesario. Hay que hacerse pan, como se hizo él; hay que compartirse.
 
     Y hay otras hambres, porque el hombre no solo de pan vive el hombre: hay hambre provocadas por la soledad, la incomprensión, la tristeza, la enfermedad, la falta de amor….
 
       “Dadles vosotros de comer” es la invitación de Jesús a tomar en nuestras manos la suerte, o la desgracia, de los otros sin remitirlos a otras puertas; a imaginar soluciones y no solo a lamentar situaciones.  Para eso, como sugiere el profeta Isaías, hay que oír (orar) y saber invertir (obrar). 
 
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cuáles son mis afanes?
.- ¿Qué puede apartarme del amor a Cristo?
.- ¿Me hago pan para los otros, o distribuyo excedentes?
 
Domingo J. Montero Carrión, Franciscano-Capuchino.
 

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