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El Santo Evangelio. Norma y Regla de Vida

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

¿Quién fue Francisco? Un hombre seducido por el Evangelio. “La norma y vida de los hnos. es vivir el santo Evangelio” dejó escrito en el frontispicio de la Regla.

El Santo Evangelio. Norma y Regla de Vida

Los meses de Septiembre y Octubre tienen una connotación franciscana. En el primero, el día 17 se celebra la impresión de las llagas en el monte Alvernia, y en el segundo, se celebra la fiesta de la muerte de San Francisco. Y ¿quién fue Francisco? Un hombre seducido por el Evangelio. “La norma y vida de los hnos. es vivir el santo Evangelio” dejó escrito en el frontispicio de la Regla. 

Francisco vivió con el Evangelio abierto y abierto al Evangelio. Para él el Santo Evangelio es la forma de vida del Hijo de Dios revelada en Cristo. En Francisco se da una auténtica “reducción cristocéntrica” -“sé a Cristo pobre y crucificado” (2 Cel 105)

Pero no es un cristocentrismo cerrado; Cristo es el Camino para ir al Padre y por el que el Padre ha venido a nosotros. Va más allá de los textos. Hace una lectura interior. Por eso no cae en el error del “evangelismo” de su tiempo, excesivamente exterior y polémico. “Francisco había estado siempre en la sagrada Escritura como en su casa…, había vivido en y de la Sagrada Escritura, como un hombre está arraigado en su suelo patrio. La Sagrada Escritura era en cierto modo el espacio en el que Francisco vivía y encontraba a Dios en su palabra” (K. Esser)

En su Testamento dirá: “El Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio”. Y él convirtió esta “revelación” del Señor en hoja de ruta para sí y para sus hermanos. 

Abrir el evangelio en todos los momentos de la vida y abrirse al evangelio en todos los momentos de la vida es el primer nivel o grado del ser evangélico. Vivir en el santo evangelio es el mejor modo de vivir el santo evangelio. Sin esa evangelización previa, personal, los anuncios evangélicos y los nuestros proyectos evangelizadores serán inútiles, al menos para nosotros. Un peligro real que ya previó san Pablo: “no sea que habiendo proclamado a los demás, quede yo descalificado” (I Co  9,27)

Y abrirse desde situaciones profundas, desde preguntas sustanciales. Para no pocos el encuentro frecuente, incluso diario, con el evangelio es existencialmente irrelevante, insignificante, pero esta irrelevancia e insignificancia del Evangelio puede que no sea otra cosa que el castigo a nuestra superficialidad. El evangelio es profundo y requiere profundidad. Al Evangelio hay que acercarse para vivirlo; hay que abrirlo para abrirnos a él.

En el Evangelio no hay minúsculas. Todo es mayúsculo como Jesús. Hasta un vaso de agua fresca dado en su nombre adquiere resonancias eternas (Mt 10,42). ¡No podemos hacer una comprensión y una vivencia minúscula del evangelio!

Fr. Domingo Montero

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