“Loado seas, Señor, por la hermana muerte corporal”

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

Estamos concluyendo este año el VIII Centenario de la composición por san Francisco de Asís del Canto del Hermano Sol -año 2024-2025-, y con este motivo se han realizado importantes, profundos y eruditos estudios sobre el tema.

“Loado seas, Señor, por la hermana muerte corporal”

 
 
Estamos concluyendo este año el VIII Centenario de la composición por san Francisco de Asís del Canto del Hermano Sol -año 2024-2025-, y con este motivo se han realizado importantes, profundos y eruditos estudios sobre el tema. Así como iniciativas y celebraciones variadas. En el contexto de ese VIII Centenario y del final del Año Jubilar de la Esperanza esta reflexión solo pretende ofrecer un subrayado esperanzado sobre la realidad de la Hermana Muerte, “de la que ningún viviente puede escapar”.  
 
Sabemos que Francisco no compuso el Canto de una “tirada”, sino que fue incorporando estrofas al mismo según iban apareciendo nuevas situaciones o circunstancias en su vida: así surgió, con motivo de los enfrentamientos entre el obispo y el alcalde de Asís,  la alabanza por los que perdonan y construyen la paz, y en el umbral de su muerte la alabanza por la hermana muerte corporal. La muerte es susceptible de múltiples lecturas. Puede sufrirse, ser protagonizada y hasta celebrada y cantada. Puede vivirse y verse como desarraigo o abrazo fraterno ( el de la hermana muerte ); como aniquilación o descanso; como exilio al frío mundo del no ser o retorno a la casa del Padre; como confinamiento al más absoluto de los vacíos o caída en los brazos de Dios; como siega voraz o siembra esperanzada; como ocaso o como aurora. 
 
La muerte, es verdad, tiene un componente dramático, desgarrador, y éste es el que absolutizan los que no tienen esperanza. San Pablo nos recuerda: “No quiero que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza” 1 Tes 4,13). “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” (Jn 11,25-27); “el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré… Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,54-57).
 
No son éstas palabras de falsa esperanza, encaminadas a mitigar el dolor ni a camuflar el rostro de la muerte. La fe no inmuniza sino que sensibiliza; el cristiano siente profundamente este dolor, pero sabe situarlo bajo el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, principio de nuestra esperanza. Él  es esa puerta “que debemos cruzar para ser salvados, viviendo su mismo amor y siendo constructores de justicia y de paz con nuestra vida”. (Papa León (24/VIII/025).
 
Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!
bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad,
porque la muerte segunda no les hará mal.

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