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SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN -B-

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap

El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN -B-

1ª Lectura: Hechos 1,1-11
 
    En mi primer libro querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días les habló del reino de Dios.
    Una vez que comían juntos les recomendó: No os alejéis de Jerusalén; aguardad a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
    Ellos lo rodearon preguntándole: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
    Jesús contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.
     Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se le presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.
 
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    El libro de los Hechos forma la segunda parte del proyecto teológico-literario de san Lucas dirigido a Teófilo (amigo de Dios). En la primera, en el Evangelio, narró lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta que ascendió al cielo. Ahora se dispone a narrar la andadura de la Iglesia, guiada por el Espíritu de Jesús. 
    Tres bloques pueden señalarse en el texto escogido: un prólogo (vv 1-2), un relato de despedida de Jesús (vv 3-8) y la ascensión propiamente dicha (vv 9-11). 
    En el prologo resume la vida terrena de Jesús hasta la resurrección, mostrando la continuidad personal y temática del Jesús prepascual y pospascual.
    En el relato de despedida aparecen elementos típicos del período que sigue a la resurrección: comida con los discípulos, promesas de Jesús, incomprensiones, y misión.
     Finalmente, la Ascensión con explicación: No se trata de una ausencia para siempre; volverá y nos deja su Espíritu.
     Los textos no han de leerse literalísticamente, sino enmarcados en la simbología del lenguaje y pensamiento bíblicos. La Ascensión significa la exaltación total y definitiva de Jesús al Cielo, que es la casa del Padre. La Ascensión no debe dar origen a especulaciones y actitudes pasivas, sino que debe marcar el inicio de la misión de la Iglesia.
 
 
2ª  Lectura: Efesios 1,17-23
 
    Hermanos:
    Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.
 
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    San Pablo pide espíritu de sabiduría para acceder al conocimiento del plan de Dios que ha hallado su plasmación y culmen en Jesucristo. Un plan en el que hemos sido incluidos por Dios y que debemos incluir en nuestra vida. De una manera especial en la carta se afirma también el triunfo de Cristo y su exaltación junto al Padre, al tiempo que se afirma  la conexión de Cristo con la Iglesia. La Ascensión no convierte a Jesús en ausente sino que inagura una nueva presencia.
 
 
Evangelio: Marcos 16,15-20
 
    En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.  A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
    El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
    Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.
 
            *** *** ***
 
     La manifestación de Jesús vivo a los discípulos se convierte en misión urgente y universal: por todo el mundo y a toda la creación (cf. Col 1,23).  Con un mensaje y una tarea: anunciar y hacer el Evangelio. Un mensaje que exige la decisión frente al mismo (cf. Lc 2,34-35). Una decisión positiva - la fe -, que se manifiesta en el bautismo. A diferencia de Mt 28,19, no se envía a bautizar sino a evangelizar. No se trata de establecer una oposición entre evangelización y sacramentalización, pero sí advertir un orden de procedimiento (cf Hch. 8,37; 1Cor 1,l7). La decisión negativa también es destacada en sus consecuencias.
   El mensaje irá acompañado de signos identificativos y significativos, y no solo están reservados para los Once sino   para todos "los que crean en mi nombre" (v 17).
     Se narran cinco signos, que son en definitiva, prueba de que la obra de Jesús sigue adelante y de que la humanidad es llamada e introducida en una era de renovación.
    Cumplida la misión, Jesús recibe el abrazo del Padre. Dios rubrica la obra de Jesús: Dios se ha solidarizado con la obra del Hijo. Y la Iglesia comienza su tarea, contando siempre con un colaborador excepcional, el Señor Jesús. Es esta compañía la que hace eficaz la obra de la Iglesia. Con otras palabras se indica la misma idea de Mt 28,20: la promesa de la presencia indefectible del Resucitado.
 
 
REFLEXIÓN PASTORAL
 
     La fiesta de la Ascensión del Señor frecuentemente la interpretamos y vivimos de una manera reductiva. Resaltamos la exaltación / glorificación personal de Cristo, que, sin duda lo es, olvidando otros aspectos que también están vinculados a ella. Y que no conviene descuidar.
     Jesús vuelve a casa, vuelve al Padre: “Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre” (Jn 16,28). Pero entre esa “salida” y ese “retorno” pasaron cosas muy importantes.  
    Jesús no regresó al Padre como había salido: regresó marcado con unas señales, las pruebas del amor y las consecuencias de su misión. Y dejándonos señalada una tarea: la de inyectar cielo, el Reino, en la tierra; la de ascensionar la realidad, transformándola con las semillas del Evangelio.
     La Ascensión de Jesús es una llamada de fidelidad a la Tierra, que con “dolores de parto” (Rom 8,22) ansía alcanzar la “novedad” pensada por el Padre Dios, como casa de todos sus hijos, donde reine la justicia y la paz. 
     La Ascensión, pues, no devalúa la Tierra. Es la invitación a cultivar y llevar a feliz término su vocación original. La Ascensión supone el reconocimiento de la “mayoría de edad” de los discípulos, de la Iglesia. 
      Es uno de los aspectos que destacan las lecturas de esta fiesta. “¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?” (1ª lectura). La Ascensión abre una nueva perspectiva, la de la evangelización: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Evangelio).  
      ¿Qué es evangelizar? No parece que debiera ser difícil la respuesta a esta pregunta; sin embargo, vivimos en un mundo tan sofisticado y complejo que hasta lo que parece ser claro, se complica inevitablemente. 
       Evangelizar es hacer explícito a Jesucristo, su persona y su mensaje, el Reino de Dios, por la predicación y el testimonio de la Iglesia, sin perder nunca de vista ni a Él (Heb 12,1) ni a la primera comunidad evangelizadora. 
      Evangelizar es anunciar, desde la vida, el amor gratuito y redentor (Rom 5,6ss), concreto y personal (Jn 3,16), universal (1 Tim 2,4), preferencial (Lc 4,16ss; Mt 11,2-5) y conflictivo (Mt 6,24; 26,36ss) de Dios encarnado en Cristo. Es configurar el mundo según el proyecto de Dios manifestado por Jesucristo (Ef 1). 
      “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes y, con su influjo, desde dentro, renovar la misma humanidad: “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5; cf. 2 Cor 5,17; Gál 6,15). Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay, en primer lugar, hombres nuevos, con la novedad del bautismo (cf. Rom 6,4) y de la vida según el Evangelio (cf. Ef 4,23-24; Col 3,9-10) (EvN 18).
Evangelizar es entregar el amor de Dios y al Dios Amor. No es la propuesta de una nueva ética, sino una nueva revelación de Dios encarnada en Cristo y que hay que encarnar. Y para la Iglesia evangelizar es transmitir y visibilizar esta experiencia: “Lo que hemos visto…, lo que nuestras manos tocaron… Os lo anunciamos” (1 Jn 1,1).
      La segunda lectura habla de la necesidad de que Dios ilumine los ojos de nuestro corazón -solo se ve bien cuando se mira con el corazón- para comprender esta nueva realidad que inagura la Ascensión del Señor. Porque la Ascensión nos afecta.
 
REFLEXIÓN  PERSONAL
 
.- ¿Cómo vivo la Ascensión? ¿Me siento afectado?
.- ¿Qué realidades están clamando por una ascensión liberadora?
.- ¿Qué hago por la Tierra nueva, donde habite la justicia?
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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