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Tiempo de espera. Tiempo de esperanza

Domingo Montero

A lo largo de las diversas estaciones -tiempos litúrgicos- de Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario, la Iglesia quiere que los cristianos vivamos e interioricemos el misterio de la salvación, celebrando y meditando sus contenidos y momentos más importantes.

Tiempo de espera. Tiempo de esperanza

No es un volver a empezar, en una especie de “eterno retorno”, sino un continuar hacia adelante en la profundización de la fe y de la vida.
Cada tiempo tiene su “color” y su característica; al Adviento, le caracteriza el color morado, y la tarea de sensibilizarnos para vivir orientados a Cristo, principio y meta de nuestra esperanza.

Esta es la palabra que recorre y dimensiona el tiempo Adviento: “esperanza”. Es, también, una de las palabras más frecuentes en nuestro lenguaje. La asociamos a la vida; es signo de vida -“Mientras hay vida hay esperanza”-, y causa de vida, porque “mientras hay esperanza hay vida”. Es “lo último que se pierde”. Por eso exhortaba el apóstol Pablo: “No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13), y la primera carta de Pedro invitaba a estar “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15).

Se trata de vivir con esperanza y dando esperanza. Pero eso no es fácil. Porque en toda espera se está expuesto a confundir, a tergiversar los datos, bien por la impaciencia de conseguir lo esperado o por la desesperación de no conseguirlo, por eso se requiere la lucidez que Jesús recomienda en el Evangelio. La esperanza cristiana no surge de una mera expectativa humana, sino de una promesa. Su fuente original es Dios. 
Esperar es: 

Saber que “Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre desde siempre es `nuestro Libertador´” (Is 63,16);
Sabernos “nosotros la arcilla y tú el alfarero…” (Is 64,7); 
Aceptar que Dios tiene la palabra y reconocérsela;
Confiar en Dios y abrirle, de par en par, la puerta de la vida; 
Dejar que Él pilote nuestra existencia, aun cuando caminemos por cañadas oscuras (Sal 23,4), porque Él es nuestro pastor (Sal 23,1);
Mantener alertas las antenas del espíritu, para percibir la presencia del Señor; para desenmascarar las falsas esperanzas. 

Adviento es el tiempo del hombre, concebido más como proyecto que como producto; y el tiempo de la Iglesia, que celebra todo, mientras espera “la gloriosa venida” del Señor. 

Es, pues, nuestro tiempo. ¡Vivámoslo! ¡Que el Señor nos conceda la gracia de saber esperar así, y de sembrar esa esperanza entre los hombres!

Domingo Montero

Revista Evangelio y Vida
Número 360 (Noviembre/Diciembre de 2018)

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