II Domingo Después de Navidad

04 de enero de 2026

San Rigoberto, Santa Ángela

Tiempo Navidad
Primera lectura: Ecl 21,1-4. 12-16.

Hijo, ¿has pecado? No lo hagas más, y por tus faltas pasadas pide perdón. Huye del pecado como de una serpiente, pues, si te acercas, te morderá. Dientes de león son sus dientes, que destrozan vidas humanas. Espada de doble filo es la trasgresión, no hay remedio para su herida. Terror y violencia devastan la riqueza, así la casa del soberbio será arrasada. Quien no es habilidoso no aprenderá, pero hay una habilidad que aumenta la amargura. La ciencia del sabio crece como un torrente, y su consejo como fuente de vida. La mente del necio es como una vasija rota y no retiene ningún conocimiento. Si el instruido oye una palabra sabia, la elogia y le añade otra; si la oye el imbécil, se burla de ella y se la echa a la espalda. La explicación del necio es como fardo en el camino, pero en los labios del inteligente se encuentra la gracia.

Palabra de Dios.

Salmo: Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20.

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sion.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/

Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.

Segunda lectura: Ef 1,3-6. 15-18.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos. Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado. Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

Palabra de Dios.

Evangelio: Jn 1,1-18.

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; | el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo”. Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor.

Reflexión:

Jesucristo es la Palabra de Dios, entregada por el Padre, por puro amor, para acompañar y guiar nuestros pasos. Palabra eterna -“en el principio era la Palabra”-, divina -“era Dios”-, creadora -“por medio de ella se hizo todo”-, luminosa -“era la luz verdadera"-, e iluminadora -“que alumbra a todo hombre”-. Palabra presente desde siempre, pero que no fue reconocida, que habló “de muchas formas” (Heb 1,1) pero no fue escuchada. Palabra que decidió asumir nuestra temporalidad, nuestra carne y habitar entre nosotros, para convertir en hijos de Dios, nacidos de Dios, a todos los que la recibieron. Así sintetiza el IV Evangelio la historia de la salvación, que no concluye ahí, como historia ya “pasada”, sino que continúa como puerta “abierta” al futuro, con la tarea y la responsabilidad de permitir que habite entre nosotros.