Jueves de la III semana del tiempo ordinario

29 de enero de 2026

San Valero, San José Freidademetz

Tiempo ordinario
Primera lectura: 2 Sam 7,18-19. 24-29.

Después de que Natán habló a David, el rey vino a presentarse ante el Señor y dijo: «¿Quién soy yo, mi Dueño y Señor, y quién la casa de mi padre, ¿para que me hayas engrandecido hasta tal punto? Y, por si esto fuera poco a los ojos de mi Dueño y Señor, has hecho también a la casa de tu siervo una promesa para el futuro. ¡Esta es la ley del hombre, Dueño mío y Señor mío!

Constituiste a tu pueblo Israel pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios. Ahora, pues, Señor Dios, confirma la palabra que has pronunciado acerca de tu siervo y de su casa, y cumple tu promesa. Tu nombre sea ensalzado por siempre de este modo: “El Señor del universo es el Dios de Israel y la casa de tu siervo David permanezca estable en tu presencia”. Pues tú, Señor del universo, Dios de Israel, has manifestado a tu siervo: “Yo te construiré una casa”. Por eso, tu siervo ha tenido ánimo para dirigirte esta oración. Tú, mi Dueño y Señor, eres Dios, tus palabras son verdad y has prometido a tu siervo este bien. Dígnate, pues, bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca para siempre ante ti. Pues tú, mi Dueño y Señor, has hablado, sea bendita la casa de tu siervo para siempre».

Palabra de Dios.

Salmo: Sal 131,1-2. 3-5. 11. 12. 13-14.

R/. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob. R/.

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob». R/.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono». R/.

«Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono». R/.

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Esta es mi mansión por siempre;
aquí viviré, porque la deseo». R/.

Evangelio: Mc 4, 21-25.

En aquel tiempo, Jesús dijo al gentío: “¿Se trae la lámpara para meterla debajo del celemín o debajo de la cama?, ¿no es para ponerla en el candelero? No hay nada escondido, sino para que sea descubierto; no hay nada oculto, sino para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga”. Les dijo también: “Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.

Palabra del Señor.

Reflexión:

Dos parábolas breves pero enjundiosas. La de la lámpara recuerda que la luz del Evangelio no puede ocultarse, a pesar de las dificultades que encuentre al intentar iluminar las “oscuridades” ambientales y personales. Él -la Luz- ya asumió esa tarea y sufrió las consecuencias (Jn 3,19-21). Con la segunda, la de la medida, nos recuerda que Dios ha puesto en nuestras propias manos la vara de medir y de medirnos. Y se concluye con una advertencia a no hacer inservible y estéril el “don” recibido. La luz no es para esconderla, y Jesús es nuestra luz. No vino a esconderse ni a que le escondamos; ¡y podemos hacerlo debajo de tantos celemines! El de la superficialidad, el de la incoherencia… “Vosotros sois la luz… Brille vuestra luz…” ¿Somos opacos?